Muchas veces se habla del llamado “Montaje del director”; es aquella versión que a veces se lanza cuando el director no queda contento con la versión comercial de la película impuesta por el productor, o simplemente es el montaje inicial que luego se ve amputado por diversas razones. El caso más perturbador de “Montaje del Director” es el de Ridley Scott y su “Blade Runner” que elimina metraje en lugar de añadir y que amenaza este año con lanzar otro nuevo Montaje del director con escenas rodadas de nuevo… También se habla muchas veces del montaje para televisión; versiones “limpias”, es decir sin escenas de sexo y violencia. El caso más flagrante que conozco es el de “El Precio del Poder” que en su versión para tele fue liberada de mucha de su violencia y de su multitud de tacos, llegando a doblar la peli de nuevo para que los oídos decorosos no se ofendieran con su soez vocabulario…
Pero poca gente habla del “Montaje del proyeccionista”. ¿Qué es el montaje del proyeccionista?.
Evidentemente es el montaje al que asistimos durante la proyección y que normalmente coincide con la que ve el resto del mundo. A no ser que hayas asistido a esas maravillosas sesiones continuas de cine de barrio de antiguamente. Aquí las reglas que se aplicaban al resto de proyecciones eran distintas. Las copias que llegaban a estos cines ya habían estado circulando por otros tantos durante meses y en ocasiones incluso años, con lo cual el estado de la copia en ocasiones era lamentable con las famosas rayas que recorren la imagen, las quemaduras de cigarrillo en el margen superior derecho que avisan del cambio de rollos, fotogramas perdidos en esos cambios de rollos… y a veces incluso escenas enteras se quedaban en el suelo de la cabina de proyección y en el peor de los casos se cambiaba de orden alguno de los rollos que forman película o directamente se “extraviaban”, consiguiendo así un nuevo montaje de la película en cuestión. Por ejemplo empezaba la película y al cuarto de hora una de las chicas muere asesinada una de las chicas protagonistas. Todo bien ¿no?. No del todo porque en las siguientes escenas la chica muerta vuelve a salir como si tal cosa. Entre la audiencia hay quien que se pregunta ¿A esa no la habían matado ya?. Otros ni siquiera se dan cuenta de lo sucedido y la película sigue como si tal cosa. Esto era típico de las sesiones dobles de cine de barrio y también, al parecer, de la Filmoteca de Madrid, el último “Grindhouse” que continúa abierto.
La proyección de la que hablo es de la maravillosa primera película de “Chicho” Ibáñez Serrador, "La Residencia". Para terminar de rodendear la experiencia, la copia tenía tan solo la mitad de los subtitulos, ya que el maestro prefería rodar con actores britanicos y en ingles. Una película de visión obligada para cualquier aficionado al género que se precie. Viendola con perspectiva parece increíble que Chicho consiguiera rodar y estrenar en cines de la Gran Via de Madrid en 1969 una cinta como “La Residencia”. Influenciado por Hitchcock y el espiritu de la Hammer Narciso Ibáñez Serrador (ya estaba más que curtido en televisión con sus “Historias para no dormir”) creaba un clásico instantáneo en el que en una residencia de chicas conflictivas servia de marco ideal para recrear una de las historias más sugerentes y brutales que ha dado el cine sin apenas mostrar nada. Y no exagero, ya que trata de temas tales como el lesbianismo, la pederastia, el incesto o el sadismo, sin casi mostrar nada y produciendo el mismo efecto que si lo hiciera, como maestro que es. Y no es porque se cortara a la hora de recrear los crímenes, todo lo contrario. Se recrea en ellos y juega con lo que el espectador espera. Es sobervia esa secuencia en la que una de las chicas es atrapada por el asesino y la imagen se congela en el momento justo en que la navaja se posa sobre su cuello. Tan solo para retomar la marcha unos segundos más tarde. De hecho esos asesinatos estilizadísimos hicieron las delicias de los maestros del Giallo italiano como Dario Argento (su “Suspiria” no deja de ser casi una versión tripi de “La Residencia”) o Lucio Fulci (confeso fan de Narciso Ibáñez Serrador y su cine). Es una pena que el maestro Ibáñez Serrador solo haya tenido otro par de incursiones en el largometraje desde entonces (¿Quién puede matar a un niño?, “La Culpa”).
Todo apoyado en un reparto, en su mayoría femenino, que era una delicia. Al frente de la residencia estaba la veterana Lilli Palmer y entre sus alumnas encontramos a unas jovencisimas y carnosisimas Cristina Galbó y Maribel Martín, además de una joven Teresa Hurtado, una de las supertacañonas del “Un, Dos, Tres” y de la inquietante presencia de Víctor Israel. Una película de la vieja escuela que ni siquiera en su versión del proyeccionista pierde un apice de su fuerza y encanto. Menos mal que siempre nos quedara el DVD.
Pero poca gente habla del “Montaje del proyeccionista”. ¿Qué es el montaje del proyeccionista?.
Evidentemente es el montaje al que asistimos durante la proyección y que normalmente coincide con la que ve el resto del mundo. A no ser que hayas asistido a esas maravillosas sesiones continuas de cine de barrio de antiguamente. Aquí las reglas que se aplicaban al resto de proyecciones eran distintas. Las copias que llegaban a estos cines ya habían estado circulando por otros tantos durante meses y en ocasiones incluso años, con lo cual el estado de la copia en ocasiones era lamentable con las famosas rayas que recorren la imagen, las quemaduras de cigarrillo en el margen superior derecho que avisan del cambio de rollos, fotogramas perdidos en esos cambios de rollos… y a veces incluso escenas enteras se quedaban en el suelo de la cabina de proyección y en el peor de los casos se cambiaba de orden alguno de los rollos que forman película o directamente se “extraviaban”, consiguiendo así un nuevo montaje de la película en cuestión. Por ejemplo empezaba la película y al cuarto de hora una de las chicas muere asesinada una de las chicas protagonistas. Todo bien ¿no?. No del todo porque en las siguientes escenas la chica muerta vuelve a salir como si tal cosa. Entre la audiencia hay quien que se pregunta ¿A esa no la habían matado ya?. Otros ni siquiera se dan cuenta de lo sucedido y la película sigue como si tal cosa. Esto era típico de las sesiones dobles de cine de barrio y también, al parecer, de la Filmoteca de Madrid, el último “Grindhouse” que continúa abierto.
La proyección de la que hablo es de la maravillosa primera película de “Chicho” Ibáñez Serrador, "La Residencia". Para terminar de rodendear la experiencia, la copia tenía tan solo la mitad de los subtitulos, ya que el maestro prefería rodar con actores britanicos y en ingles. Una película de visión obligada para cualquier aficionado al género que se precie. Viendola con perspectiva parece increíble que Chicho consiguiera rodar y estrenar en cines de la Gran Via de Madrid en 1969 una cinta como “La Residencia”. Influenciado por Hitchcock y el espiritu de la Hammer Narciso Ibáñez Serrador (ya estaba más que curtido en televisión con sus “Historias para no dormir”) creaba un clásico instantáneo en el que en una residencia de chicas conflictivas servia de marco ideal para recrear una de las historias más sugerentes y brutales que ha dado el cine sin apenas mostrar nada. Y no exagero, ya que trata de temas tales como el lesbianismo, la pederastia, el incesto o el sadismo, sin casi mostrar nada y produciendo el mismo efecto que si lo hiciera, como maestro que es. Y no es porque se cortara a la hora de recrear los crímenes, todo lo contrario. Se recrea en ellos y juega con lo que el espectador espera. Es sobervia esa secuencia en la que una de las chicas es atrapada por el asesino y la imagen se congela en el momento justo en que la navaja se posa sobre su cuello. Tan solo para retomar la marcha unos segundos más tarde. De hecho esos asesinatos estilizadísimos hicieron las delicias de los maestros del Giallo italiano como Dario Argento (su “Suspiria” no deja de ser casi una versión tripi de “La Residencia”) o Lucio Fulci (confeso fan de Narciso Ibáñez Serrador y su cine). Es una pena que el maestro Ibáñez Serrador solo haya tenido otro par de incursiones en el largometraje desde entonces (¿Quién puede matar a un niño?, “La Culpa”).
Todo apoyado en un reparto, en su mayoría femenino, que era una delicia. Al frente de la residencia estaba la veterana Lilli Palmer y entre sus alumnas encontramos a unas jovencisimas y carnosisimas Cristina Galbó y Maribel Martín, además de una joven Teresa Hurtado, una de las supertacañonas del “Un, Dos, Tres” y de la inquietante presencia de Víctor Israel. Una película de la vieja escuela que ni siquiera en su versión del proyeccionista pierde un apice de su fuerza y encanto. Menos mal que siempre nos quedara el DVD.